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Daniel Cazés-Menache *
Septiembre de 2006

Resumo aquí textos publicados en agosto de 1994 con motivo de la convención zapatista que tuvo lugar en San Cristóbal de Las Casas y en el Aguascalientes de Guadalupe Tepeyac.
Entonces ya había evidencias de que el caudillo de los grupos indios de Chiapas, que se dio un cargo militar y luego, de delegado con cifra en inglés, era apoyado y protegido por los gobiernos mexicanos del pasado como lo es por el actual. Ahora me doy cuenta de que durante años lo que no percibí me hizo apoyar al encapuchado ladino que se sirvió de los indígenas igual que de quienes le dieron respaldo y, sobre todo, con tonos discursivos típicos de la izquierda criolla más conservadora de las décadas de 1940, 1950 y 1960.
El cacique embozado es un activísimo y muy avispado miembro de la llamada clase política mexicana, cuya característica principal es negar que pertenece a ella. La situación ignominiosa que se vive en Oaxaca y en todo el país a causa de esa ignominia, le ha facilitado su nuevo intento de enmascararse de nuevo como paladín semianarquista de grupos indios. Pienso que hoy sólo seguirán ignorando que es así quienes, adolescentes tardíos, hace más de dos lustros veneraron con pasión las fotos del personaje que llevaban consigo o pegaban en las paredes íntimas de sus habitaciones y lugares de trabajo, o las portaban en camisetas al tiempo que adquirían un ejército de muñequitas de tela con indumentaria tzeltal o tzotzil y pasamontañas.
El alumno literario de Monsiváis, menos ocurrente y profundo aunque más folklórico en sus giros pretendidamente rurales e indígenas, fue recientemente –con motivo de la campaña electoral prianista de 2006– estrella de la televisión y la radio que protegen los gobiernos federales a los que él mismo calificó de derechistas antes de hacer todo lo que estuvo a su alcance para ayudar a minar el caudal electoral de la actual izquierda mexicana.
Cuando releí mis artículos de 1994 me sorprendí al percibir lo que ya sabía entonces, y también de haberlo obviado durante el periodo en que destaqué en la prensa y en reuniones académicas las vías abiertas por la rebelión del 1 de enero, y más tarde cuando opté por guardar silencio, fatigado por lo que se volvió rutina pero aún emocionalmente identificado con la visibilización de los grupos indios gracias a una rebeldía que su cabecilla supo publicitar y hacer con maestría producto de mercadotecnia.
Hoy el personaje a quien Jaime Avilés llama cara de trapo realiza una nueva gira para contrarrestar la campaña de resistencia civil pacífica y combatir los planteamientos de la Convención Nacional Democrática de 2006, con la que algunas coyunturas lo hacen converger momentáneamente.

* Doctor en antropología, director del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, de la UNAM. Una versión completa de este texto ha sido publicada por la Revista de la UNAM, cuyo director autorizó la inclusión en emeequis de esta síntesis