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miércoles, noviembre 15, 2006

Las críticas al gobierno de Vicente Fox.


Urge acabar con el síndrome de Madero

Autor: Lorenzo MEYER

LAS ILUSIONES PERDIDAS.— En su ensayo “Febrero de 1913”, Martín Luis Guzmán señaló que a escasos quince meses de haber tomado el poder y en vísperas de su caída, el presidente Francisco I. Madero había pasado del líder intensamente popular que fue en un principio a uno despreciado y atacado ferozmente por los miembros del antiguo régimen, ridiculizado por una “prensa innoble” que mal pagaba la libertad que el nuevo gobierno le había dado; y una buena parte de sus partidarios originales lo habían abandonado o se manifestaban desencantados porque como jefe del gobierno “no había acometido la obra revolucionaria al otro día de su encumbramiento, y eso, transitoriamente, lo aniquilaba”. Los ecos de “Febrero de 1913” suenan muy actuales. Como la historia nunca se repite, las similitudes entre el pasado y el presente no permiten concluir que el arranque del actual nuevo régimen vaya por el mismo camino que su antecesor, el maderismo, pero el observador no puede menos que preocuparse por los elementos en común.

“Muchas certezas se han perdido, las ilusiones se han tornado en preocupaciones”. Esta afirmación, que bien puede verse como una definición de los tiempos que corren, no fue hecha por un opositor o crítico del gobierno actual, sino por el líder del partido que se supone está en el poder desde hace casi un año: Felipe Bravo Mena, presidente del Partido Acción Nacional (PAN), (“Reforma”, 21 de octubre). Desde la perspectiva del panista, la pérdida de brillo de las ilusiones está siendo aprovechada por “sembradores de los vientos de la frustración” y por los “miopes criminales” que pretenden llevar al pueblo a “que reniegue de su propia obra” es decir, de su decisión de haber echado del poder al PRI en las elecciones del 2 de julio del 2000.

En realidad, con palabras y razones semejantes a las de Bravo Mena se hubiera podido caracterizar la problemática de inicios de 1913, cuyo resultado, como sabemos, no sólo fue desastroso sino trágico. Por lo mismo, no deja de llamar la atención que entre los “miopes” y los “sembradores de frustración” estén justamente algunos de los propios dirigentes panistas que, en la práctica, no han hecho mayor esfuerzo por cerrar filas en torno a la persona y al proyecto del Presidente.

Independientemente de lo anterior, no hay duda que el diagnóstico del jefe panista es certero: los actuales son tiempos de pérdida de ilusiones y de preocupación porque el cambio tan prometido como esperado, está suspendido, congelado justo al arrancar.

EL PUNTO DE PARTIDA.— El 2 de julio del 2000, poco más del 60% de los ciudadanos mexicanos que decidieron ir a las urnas se pronunciaron no sólo por un cambio de partido en el poder, sino por algo más hondo: por una transformación del sistema político mismo.

La mayoría de quienes apoyaron ese cambio —alrededor del 62%— manifestó que no deseaba que tal cambio lo encabezara ya la izquierda —como había sido el caso en 1988—, sino quien proponía una vía relativamente conservadora y supuestamente más segura: la que encabezaban el panismo como partido y el gobernador de Guanajuato, Vicente Fox, como candidato. Fox no provenía del medio político profesional sino del empresarial y católico, desbordaba energía y optimismo, y su discurso era directo y familiar al punto que podía ser comprendido por casi todos —cosa que no ocurría con los miembros de la clase política tradicional— y prometía casi todo a casi todos.

EL CAMBIO Y LA IMAGINACION.— En su campaña, el gobernador panista que ya había arrebatado el poder al PRI en Guanajuato, a pesar de no contar con el respaldo de su partido, se propuso encarnar de manera positiva, festiva, el deseo que brotaba en casi todas partes —particularmente en las zonas urbanas y entre los jóvenes—, de transformar y democratizar las reglas del quehacer del gobierno. Ese fue el eje de su campaña y la bandera que finalmente lo llevó al triunfo. Después de trece presidentes priístas al hilo, el haber cortado la cadena fue, en sí mismo, un hecho histórico, una transformación pacífica sin precedente del sistema político.

Sin embargo, se suponía que el superar la etapa del monopolio de la presidencia por un partido e inaugurar el siglo XXI con un régimen democrático era sólo el punto de partida y no el de llegada. Se suponía que con Vicente Fox en Los Pinos se abría un capítulo nuevo donde las partes centrales serían una reforma del Estado; un gabinete seleccionado ya no en función de lealtades y componendas, sino con base en la alta calidad moral, profesional y el patriotismo de quienes conformarían la nueva cúpula dirigente; un crecimiento económico de alrededor del 7% anual, que por fuerza redundaría en una creación significativa de empleo; transparencia en la toma de decisiones, honradez en el manejo del gasto público, combate a la corrupción, al narcotráfico y al crimen organizado, apertura de los expedientes negros del pasado priísta, fin de la impunidad, lucha sistemática contra la pobreza y en favor de un reparto menos inequitativo de la riqueza, educación de calidad en la cantidad que la sociedad lo demandara, apoyo al campo y a los trabajadores mexicanos en el extranjero, solución política al problema de la rebelión indígena en Chiapas, independencia de los poderes federales y estatales, transformación del sistema de impartición de justicia hasta lograr que apareciera en México el Estado de Derecho, respeto a la crítica, a la libertad de expresión y a la libertad sindical.

En fin, el compromiso del foxismo era sostener el mismo modelo económico de mercado, pero acometer una transformación positiva y sustantiva de las añejas prácticas políticas y jurídicas del pasado.

Sin embargo, a casi un año de haber tomado las riendas, los avances foxistas no corresponden a las expectativas generadas. Esa es la raíz de la desilusión a la que se refirió Bravo Mena.

OBSTACULOS: EL MUNDO EXTERNO.— Las razones por las cuales Vicente Fox y su equipo no han podido cumplir las promesas de campaña son muchas y variadas. Para empezar, la realidad resultó más compleja y resistente al cambio de lo que suponía un proyecto político elaborado desde la oposición optimista. En casi todas las transiciones políticas contemporáneas, a la euforia inicial le ha seguido un desencanto porque los lentos e imperfectos resultados de la interminable negociación democrática no corresponden al desborde de la imaginación colectiva al momento del triunfo. Pero esto es más notable en el caso de México porque, por un lado, para generar la energía necesaria para derrotar al autoritarismo más largo del siglo XX, el foxismo tejió una enorme red de promesas contradictorias e imposibles de cumplir aun en las mejores circunstancias, y por otro lado, las circunstancias del entorno en vez de mejorar, empeoraron y mucho.

Durante los últimos diez años del régimen priísta, la economía norteamericana mostró un dinamismo excepcional. Fue en los buenos tiempos norteamericanos cuando el salinismo buscó su salvación en la elaboración de un tratado de libre comercio con Estados Unidos. El antiguo régimen mexicano unió a la economía mexicana a la suerte de la economía norteamericana como nunca antes. Pues bien, justamente en el momento en que el largo esfuerzo mexicano por alcanzar la democracia dio fruto y el PRI es obligado a dejar el poder, el ciclo positivo de la poderosa economía del vecino del Norte se agota y da paso a la depresión. El comercio exterior de México cae al igual que el precio de una exportación estratégica: el petróleo. La promesa de crecimiento del PIB se desvaneció y hoy es de cero. Con la economía parada, los ingresos del gobierno, tradicionalmente bajos y en buena parte ya comprometidos por el viejo régimen priísta al pago de una deuda monstruosa, hoy no alcanzan ni para mantener las cosas como están. En consecuencia, el gran gasto redistributivo para combatir la pobreza ha quedado en un esfuerzo que de tan débil resulta no sólo ridículo sino insultante.

OBSTACULOS: EL COMPONENTE INTERNO.— El equipo foxista quedó por debajo de la excelencia prometida. Desde luego que en el grupo hay personajes bien preparados, pero están lejos de ser la mayoría prometida. Parte de ese equipo son elementos reciclados del pasado priísta, y aunque la mayoría es ajena a la corrupta política tradicional —bastantes provienen de la empresa privada y eso los hace un tanto diferentes de sus antecesores—, no necesariamente da por resultado una mayor efectividad del conjunto. En realidad, la coordinación entre ellos ha dejado mucho que desear. La votación del 2 de julio del 2000 le dio a Fox el triunfo, pero no fue un triunfo contundente y, por lo mismo, el Congreso quedó como tierra de nadie.

Y la responsabilidad de esa fragmentación del Legislativo es de la sociedad mexicana. Como sea, unas cámaras de diputados y senadores donde dominan los priístas y los panistas asociados al viejo régimen ha hecho naufragar las reformas propuestas por el Ejecutivo. La llamada ley indígena, que pudo ser la llave para dar solución al problema chiapaneco, fue reformada de tal manera que en vez de resolver ese histórico nudo gordiano lo hizo más grueso y el final de la rebelión chiapaneca sigue sin llegar. La reforma fiscal —una reforma que, por cierto, sólo busca aumentar los recursos del erario sin modificar la naturaleza regresiva de los impuestos— está empantanada en el Congreso, secuestrada por la disputa entre los partidos y de éstos con el Presidente; tras acusaciones de todos contra todos, el resultado neto es un gobierno pasmado, que no actúa por falta de recursos mientras el tiempo corre y la desilusión y la inconformidad social crecen.

En el pasado, el Poder Legislativo era casi nada, pero ahora resulta que es la institución clave. Sin embargo, sus miembros son en gran medida productos del viejo orden antidemocrático, y esto es cierto no sólo en el caso de los priístas sino también de un buen número de panistas, perredistas y de todo ese montón de partidos pequeños que más parecen negocios familiares que fuerzas políticas reales. El resultado es que el Poder Legislativo legisla poco y no particularmente bien. Como sus miembros no pueden aspirar a tener una verdadera carrera parlamentaria porque no pueden reelegirse, actúan no en función de los deseos e intereses de los ciudadanos que les dieron su voto, sino de las camarillas que controlan a los partidos y que pueden hacer o deshacer la carrera futura del grueso de los legisladores. Los partidos mismos, en particular el PRI y el PRD —los grandes perdedores de la elección del 2000— están muy fracturados y una parte sustantiva de sus energías las consumen en sus disputas internas. EL PRESIDENTE.— El presidente Fox tiene razón al quejarse de que una buena parte de las numerosas críticas que se le hacen en los medios de información no son sustantivas —las botas que usó en una recepción en Europa o su ignorancia sobre literatura, etcétera— pero él mismo debe concentrar sus energías en lo sustantivo, en lo grande. Cualquiera puede comprobar que el primer gobierno del nuevo régimen no ha acometido la obra transformadora que prometió y que es su razón de ser. A Fox como a Madero, y para usar la expresión de Martín Luis Guzmán, es el no hacer lo que lo aniquila. Así, para no ofender al PRI, que mantiene como rehén a la reforma fiscal, Vicente Fox se niega a revisar el pasado y enfrentarse a la herencia de impunidad que nos legó el siglo XX. Y es por eso que tan negro pasado se siente hoy con la fuerza suficiente como para desafiar públicamente al Presidente y a la transición misma a la democracia ejecutando con lujo de brutalidad a una activista de los derechos humanos y amenazando de muerte a otros cinco. La debilidad del Estado es evidente, la inseguridad ciudadana sigue, el Estado de Derecho está tan alejado hoy como ayer y la energía generada el 2 de julio del 2000 se disipa. Hasta el momento, el gobierno del cambio no es tal sino una promesa, una posibilidad. Hoy por hoy, el gobierno democrático apenas si actúa como administrador en espera de que las circunstancias cambien. Lo adecuado y urgente es poner fin al síndrome de Madero y dar el salto a la gran política, a la del cambio, a la de la consolidación de la democracia..