
Urge acabar con el                  síndrome de Madero
               
Autor: Lorenzo MEYER
                                           LAS ILUSIONES PERDIDAS.— En su ensayo “Febrero                  de 1913”, Martín Luis Guzmán señaló que a escasos quince                  meses de haber tomado el poder y en vísperas de su caída, el presidente                  Francisco I. Madero había pasado del líder intensamente popular                  que fue en un principio a uno despreciado y atacado ferozmente                  por los miembros del antiguo régimen, ridiculizado por una “prensa                  innoble” que mal pagaba la libertad que el nuevo gobierno                  le había dado; y una buena parte de sus partidarios originales                  lo habían abandonado o se manifestaban desencantados porque como                  jefe del gobierno “no había acometido la obra revolucionaria                  al otro día de su encumbramiento, y eso, transitoriamente, lo                  aniquilaba”. Los ecos de “Febrero de 1913” suenan                  muy actuales. Como la historia nunca se repite, las similitudes                  entre el pasado y el presente no permiten concluir que el arranque                  del actual nuevo régimen vaya por el mismo camino que su antecesor,                  el maderismo, pero el observador no puede menos que preocuparse                  por los elementos en común.
                “Muchas                  certezas se han perdido, las ilusiones se han tornado en preocupaciones”.                  Esta afirmación, que bien puede verse como una definición de los                  tiempos que corren, no fue hecha por un opositor o crítico del                  gobierno actual, sino por el líder del partido que se supone está                  en el poder desde hace casi un año: Felipe Bravo Mena, presidente                  del Partido Acción Nacional (PAN), (“Reforma”, 21 de                  octubre). Desde la perspectiva del panista, la pérdida de brillo                  de las ilusiones está siendo aprovechada por “sembradores                  de los vientos de la frustración” y por los “miopes                  criminales” que pretenden llevar al pueblo a “que reniegue                  de su propia obra” es decir, de su decisión de haber echado                  del poder al PRI en las elecciones del 2 de julio del 2000. 
               En                  realidad, con palabras y razones semejantes a las de Bravo Mena                  se hubiera podido caracterizar la problemática de inicios de 1913,                  cuyo resultado, como sabemos, no sólo fue desastroso sino trágico.                  Por lo mismo, no deja de llamar la atención que entre los “miopes”                  y los “sembradores de frustración” estén justamente                  algunos de los propios dirigentes panistas que, en la práctica,                  no han hecho mayor esfuerzo por cerrar filas en torno a la persona                  y al proyecto del Presidente.  
                Independientemente                  de lo anterior, no hay duda que el diagnóstico del jefe panista                  es certero: los actuales son tiempos de pérdida de ilusiones y                  de preocupación porque el cambio tan prometido como esperado,                  está suspendido, congelado justo al arrancar.  
               EL                  PUNTO DE PARTIDA.— El 2 de julio del 2000, poco más del 60%                  de los ciudadanos mexicanos que decidieron ir a las urnas se pronunciaron                  no sólo por un cambio de partido en el poder, sino por algo más                  hondo: por una transformación del sistema político mismo.                   
               La                  mayoría de quienes apoyaron ese cambio —alrededor del 62%—                  manifestó que no deseaba que tal cambio lo encabezara ya la izquierda                  —como había sido el caso en 1988—, sino quien proponía                  una vía relativamente conservadora y supuestamente más segura:                  la que encabezaban el panismo como partido y el gobernador de                  Guanajuato, Vicente Fox, como candidato. Fox no provenía del medio                  político profesional sino del empresarial y católico, desbordaba                  energía y optimismo, y su discurso era directo y familiar al punto                  que podía ser comprendido por casi todos —cosa que no ocurría                  con los miembros de la clase política tradicional— y prometía                  casi todo a casi todos.  
               EL                  CAMBIO Y LA IMAGINACION.— En su campaña, el gobernador panista                  que ya había arrebatado el poder al PRI en Guanajuato, a pesar                  de no contar con el respaldo de su partido, se propuso encarnar                  de manera positiva, festiva, el deseo que brotaba en casi todas                  partes —particularmente en las zonas urbanas y entre los                  jóvenes—, de transformar y democratizar las reglas del quehacer                  del gobierno. Ese fue el eje de su campaña y la bandera que finalmente                  lo llevó al triunfo. Después de trece presidentes priístas al                  hilo, el haber cortado la cadena fue, en sí mismo, un hecho histórico,                  una transformación pacífica sin precedente del sistema político.                   
               Sin                  embargo, se suponía que el superar la etapa del monopolio de la                  presidencia por un partido e inaugurar el siglo XXI con un régimen                  democrático era sólo el punto de partida y no el de llegada. Se                  suponía que con Vicente Fox en Los Pinos se abría un capítulo                  nuevo donde las partes centrales serían una reforma del Estado;                  un gabinete seleccionado ya no en función de lealtades y componendas,                  sino con base en la alta calidad moral, profesional y el patriotismo                  de quienes conformarían la nueva cúpula dirigente; un crecimiento                  económico de alrededor del 7% anual, que por fuerza redundaría                  en una creación significativa de empleo; transparencia en la toma                  de decisiones, honradez en el manejo del gasto público, combate                  a la corrupción, al narcotráfico y al crimen organizado, apertura                  de los expedientes negros del pasado priísta, fin de la impunidad,                  lucha sistemática contra la pobreza y en favor de un reparto menos                  inequitativo de la riqueza, educación de calidad en la cantidad                  que la sociedad lo demandara, apoyo al campo y a los trabajadores                  mexicanos en el extranjero, solución política al problema de la                  rebelión indígena en Chiapas, independencia de los poderes federales                  y estatales, transformación del sistema de impartición de justicia                  hasta lograr que apareciera en México el Estado de Derecho, respeto                  a la crítica, a la libertad de expresión y a la libertad sindical.                   
               En                  fin, el compromiso del foxismo era sostener el mismo modelo económico                  de mercado, pero acometer una transformación positiva y sustantiva                  de las añejas prácticas políticas y jurídicas del pasado.                   
                Sin                  embargo, a casi un año de haber tomado las riendas, los avances                  foxistas no corresponden a las expectativas generadas. Esa es                  la raíz de la desilusión a la que se refirió Bravo Mena.                   
               OBSTACULOS:                  EL MUNDO EXTERNO.— Las razones por las cuales Vicente Fox                  y su equipo no han podido cumplir las promesas de campaña son                  muchas y variadas. Para empezar, la realidad resultó más compleja                  y resistente al cambio de lo que suponía un proyecto político                  elaborado desde la oposición optimista. En casi todas las transiciones                  políticas contemporáneas, a la euforia inicial le ha seguido un                  desencanto porque los lentos e imperfectos resultados de la interminable                  negociación democrática no corresponden al desborde de la imaginación                  colectiva al momento del triunfo. Pero esto es más notable en                  el caso de México porque, por un lado, para generar la energía                  necesaria para derrotar al autoritarismo más largo del siglo XX,                  el foxismo tejió una enorme red de promesas contradictorias e                  imposibles de cumplir aun en las mejores circunstancias, y por                  otro lado, las circunstancias del entorno en vez de mejorar, empeoraron                  y mucho.  
                Durante                  los últimos diez años del régimen priísta, la economía norteamericana                  mostró un dinamismo excepcional. Fue en los buenos tiempos norteamericanos                  cuando el salinismo buscó su salvación en la elaboración de un                  tratado de libre comercio con Estados Unidos. El antiguo régimen                  mexicano unió a la economía mexicana a la suerte de la economía                  norteamericana como nunca antes. Pues bien, justamente en el momento                  en que el largo esfuerzo mexicano por alcanzar la democracia dio                  fruto y el PRI es obligado a dejar el poder, el ciclo positivo                  de la poderosa economía del vecino del Norte se agota y da paso                  a la depresión. El comercio exterior de México cae al igual que                  el precio de una exportación estratégica: el petróleo. La promesa                  de crecimiento del PIB se desvaneció y hoy es de cero. Con la                  economía parada, los ingresos del gobierno, tradicionalmente bajos                  y en buena parte ya comprometidos por el viejo régimen priísta                  al pago de una deuda monstruosa, hoy no alcanzan ni para mantener                  las cosas como están. En consecuencia, el gran gasto redistributivo                  para combatir la pobreza ha quedado en un esfuerzo que de tan                  débil resulta no sólo ridículo sino insultante.  
               OBSTACULOS:                  EL COMPONENTE INTERNO.— El equipo foxista quedó por debajo                  de la excelencia prometida. Desde luego que en el grupo hay personajes                  bien preparados, pero están lejos de ser la mayoría prometida.                  Parte de ese equipo son elementos reciclados del pasado priísta,                  y aunque la mayoría es ajena a la corrupta política tradicional                  —bastantes provienen de la empresa privada y eso los hace                  un tanto diferentes de sus antecesores—, no necesariamente                  da por resultado una mayor efectividad del conjunto. En realidad,                  la coordinación entre ellos ha dejado mucho que desear. La votación                  del 2 de julio del 2000 le dio a Fox el triunfo, pero no fue un                  triunfo contundente y, por lo mismo, el Congreso quedó como tierra                  de nadie.  
                Y                  la responsabilidad de esa fragmentación del Legislativo es de                  la sociedad mexicana. Como sea, unas cámaras de diputados y senadores                  donde dominan los priístas y los panistas asociados al viejo régimen                  ha hecho naufragar las reformas propuestas por el Ejecutivo. La                  llamada ley indígena, que pudo ser la llave para dar solución                  al problema chiapaneco, fue reformada de tal manera que en vez                  de resolver ese histórico nudo gordiano lo hizo más grueso y el                  final de la rebelión chiapaneca sigue sin llegar. La reforma fiscal                  —una reforma que, por cierto, sólo busca aumentar los recursos                  del erario sin modificar la naturaleza regresiva de los impuestos—                  está empantanada en el Congreso, secuestrada por la disputa entre                  los partidos y de éstos con el Presidente; tras acusaciones de                  todos contra todos, el resultado neto es un gobierno pasmado,                  que no actúa por falta de recursos mientras el tiempo corre y                  la desilusión y la inconformidad social crecen.  
               En                  el pasado, el Poder Legislativo era casi nada, pero ahora resulta                  que es la institución clave. Sin embargo, sus miembros son en                  gran medida productos del viejo orden antidemocrático, y esto                  es cierto no sólo en el caso de los priístas sino también de un                  buen número de panistas, perredistas y de todo ese montón de partidos                  pequeños que más parecen negocios familiares que fuerzas políticas                  reales. El resultado es que el Poder Legislativo legisla poco                  y no particularmente bien. Como sus miembros no pueden aspirar                  a tener una verdadera carrera parlamentaria porque no pueden reelegirse,                  actúan no en función de los deseos e intereses de los ciudadanos                  que les dieron su voto, sino de las camarillas que controlan a                  los partidos y que pueden hacer o deshacer la carrera futura del                  grueso de los legisladores. Los partidos mismos, en particular                  el PRI y el PRD —los grandes perdedores de la elección del                  2000— están muy fracturados y una parte sustantiva de sus                  energías las consumen en sus disputas internas. EL PRESIDENTE.—                  El presidente Fox tiene razón al quejarse de que una buena parte                  de las numerosas críticas que se le hacen en los medios de información                  no son sustantivas —las botas que usó en una recepción en                  Europa o su ignorancia sobre literatura, etcétera— pero él                  mismo debe concentrar sus energías en lo sustantivo, en lo grande.                  Cualquiera puede comprobar que el primer gobierno del nuevo régimen                  no ha acometido la obra transformadora que prometió y que es su                  razón de ser. A Fox como a Madero, y para usar la expresión de                  Martín Luis Guzmán, es el no hacer lo que lo aniquila. Así, para                  no ofender al PRI, que mantiene como rehén a la reforma fiscal,                  Vicente Fox se niega a revisar el pasado y enfrentarse a la herencia                  de impunidad que nos legó el siglo XX. Y es por eso que tan negro                  pasado se siente hoy con la fuerza suficiente como para desafiar                  públicamente al Presidente y a la transición misma a la democracia                  ejecutando con lujo de brutalidad a una activista de los derechos                  humanos y amenazando de muerte a otros cinco. La debilidad del                  Estado es evidente, la inseguridad ciudadana sigue, el Estado                  de Derecho está tan alejado hoy como ayer y la energía generada                  el 2 de julio del 2000 se disipa. Hasta el momento, el gobierno                  del cambio no es tal sino una promesa, una posibilidad. Hoy por                  hoy, el gobierno democrático apenas si actúa como administrador                  en espera de que las circunstancias cambien. Lo adecuado y urgente                  es poner fin al síndrome de Madero y dar el salto a la gran política,                  a la del cambio, a la de la consolidación de la democracia..